jueves, marzo 29, 2012

Redención

“Nuestro redentor Jesucristo lo declara en aquellas palabras que dijo a San Pedro: quien a hierro mata, a hierro muere.”
Juan de Mal Lara (1524-1571)

En tiempos de Felipe II, llamado El Prudente, nació en Castilla un niño de oscuros ojos que no lloró al emerger a este mundo de entre la sangre y el dolor. Su padre lo achacó a que el mismo diablo lo habría engendrado, y renegó de él culpándole de la muerte de su joven esposa durante el parto. Y así, aquel niño fue abandonado y recogido por un campesino que lo llevó consigo a su casa donde se crió con otros seis hermanos. Le pusieron por nombre Alonso.

El pequeño Alonso pronto supo de la suerte de su verdadera madre porque los niños son crueles y encontraban especial placer en recordárselo con ocasión de cualquier lance infantil. Así es como Alonso nació ya culpable de una muerte.

Pero Alonso era, además de un poco resentido, un luchador. De la misma forma que había luchado por sobrevivir a un cordón umbilical que le asfixiaba aún dentro del vientre de su madre, ahora luchaba por convertirse en un adolescente.

Si tuviéramos que resumirla con brevedad, podríamos decir que la vida de Alonso consta de dos periodos de intensa felicidad, pero también de dos periodos oscuros.

Alonso creció como un campesino entre los campesinos, pero pronto su ambición y arrojo despuntaron, aprendió a leer sin más ayuda que la que pudo proporcionarle un pobre fraile y cuando pudo, se alistó y sirvió en las Indias, teniendo como único testigo de su partida un águila solitaria como la que solía observar planeando sobre los riscos de su adolescencia. Ya en las Indias y convertido en soldado, conoció el terror y la forma en que eran tratadas las tribus, participando en mil correrías de armas con sus compañeros, y arriesgando con frecuencia su existencia, aunque sus fatigas recibieron como recompensa un poco de tierra. Convertido ya en un pequeño hacendado, regresó a su castilla natal para desposar al amor de su infancia y volver luego a sus tierras llevando consigo a su nueva esposa. Pronto, ella quedó embarazada y Alonso fue padre de un niño. Esos fueron los años más felices de su vida.

Mientras, al otro lado del mundo, el rey de España acumulaba poder como nadie antes y nadie después lo haría. Al ducado de Milán y Borgoña, había añadido los Países Bajos y los reinos de Inglaterra, Sicilia, las Indias y finalmente, Portugal.

Pero está escrito que la felicidad del hombre no ha de durar mucho.

Así, mientras Alonso se encuentra en la ciudad negociando la compra de ganado, es avisado de que su hacienda está siendo atacada por los indios que les culpan de haber portado una epidemia de viruela que ha diezmado la tribu. Alonso se apresura a regresar, pero sólo para encontrar que ambos han sido asesinados. Alonso cree que es un castigo por haber dado muerte a una madre indígena y su bebé de pecho cuando era soldado.

Con esta nueva culpa sobre su conciencia, Alonso enloquece de rabia, y se dirige en busca de venganza al poblado donde viven los indios que asaltaron su hacienda. Sin embargo, al llegar sólo encuentra escenas de dolor entre una población diezmada por la viruela que él mismo y su esposa portaron con toda probabilidad desde España. Devastado y confuso, vive solo durante meses en la hacienda velando las tumbas de su mujer e hijo hasta que un correo de España le informa de que su madre se encuentra muy enferma. Alonso, temeroso de no llegar tampoco a tiempo esta vez, regresa a España apresuradamente pero, al llegar, se encuentra que el propietario de la casa donde reside su madre quiere desahuciarla por falta de pago. Alonso se enfrenta a los alguaciles y mata al propietario, por lo que debe huir.

Sin poder embarcarse rumbo a América, decide dirigirse a Flandes, atravesando Francia por rutas poco transitadas. Al llegar a Flandes, se derrumba enfermo y cansado, pero es acogido por una joven viuda cuyo hijo pequeño odia profundamente a los españoles culpándoles de la muerte de su padre. La joven mantiene en secreto su presencia, pero la llegada de un grupo de malhechores que tratan de aprovecharse de su viudedad obliga a Alonso a revelarse para ponerlos en fuga. Así, Alonso se gana el respeto del muchacho al que pronto lo adopta como a su verdadero hijo, cuidando de él y de su madre como a su nueva familia y convirtiéndose él mismo en granjero.

Hay un episodio en esta fase de su vida que marcaría especialmente la imagen de que de él tuviera el pequeño Franz. Ambos habían marchado a la ciudad a comprar provisiones, pero se les hizo tarde y decidieron aventurarse fuera de las murallas con la noche ya caída.

En un recodo del camino, un oscuro grupo de cinco o seis personajes aparecieron ante ellos y según Alonso avanzaba, aquellos hombres los trataban de envolver. Viendo que Alonso y el pequeño se estaban desviando, el que fuera el jefe de aquella partida dio la orden de que fueran apresados, con la idea de matarlos y robarles cuanto poseyeran, pero se encontró con que Alonso había ganado una posición apoyando su espalda contra una pared de piedra, de forma que tuvieron que tratar de entrarle por turnos.

Pero tan grande era la destreza de Alonso que, sin apenas grandes trabajos, los iba recibiendo y desarmando con rápidos y precisos movimientos de brazos y piernas, dejándolos doloridos y vencidos ante él, acumulándose a modo de escudo natural para los que detrás vinieran. Cuando aquella masa oscura de malhechores se había convertido en un amasijo de gemidos a sus pies, Alonso se abrió paso entre ellos apartándolos con total naturalidad llevando de la mano al pequeño Franz.

Naturalmente, aquella escena impresionó al muchacho casi tanto como la enseñanza que recibió de Alonso: Nunca luchas contra miles, luchas contra uno sólo.

Alonso, su nueva esposa y el pequeño Franz vivieron a partir de aquel incidente en paz y respetados por todos.

Y ésta es la segunda época más feliz en su vida.

Pero en aquellos tiempos, Flandes se encontraba sumida en la Guerra de los Ochenta Años, y los españoles eran considerados invasores y su líder, el Duque de Alba, un sádico sediento de sangre.

Alonso debe entonces escoger entre serle fiel a su patria y a su señor o permanecer junto a su familia. Pero Alonso no duda y decide permanecer al lado de su familia. Dotado de una enorme destreza en el manejo de las armas, ayuda a derrotar a las fuerzas invasoras sin usar la violencia, para luego ser acusado de espía por aquellos a los que defendió. Condenado a muerte por un tribunal improvisado presidido por un antiguo pretendiente de su esposa, se le perdona finalmente la vida por intercesión de ésta, aunque debiendo a cambio renunciar a él.

Desterrado, vuelve a España, donde muere solo y arruinado, asesinado durante una emboscada en venganza por la muerte del propietario al que mató, sin hacer ademán alguno para defenderse y después de una larga madrugada de agonía en un callejón de Toledo.

Su cuerpo es arrojado a una fosa común, por casualidad muy próxima a aquella donde descansan los restos de su madre. Años después, el joven Franz visita su tumba con su esposa e hijos, siendo observado por un misterioso hombre embozado.


Como en el caso de ‘Máscara’, ‘Redención’ quizá no pueda ser considerada una narración, sino más bien un tosco y desgarbado armazón del que pende una historia sin pulir, como si tuviera prisa en ser contada y no pudiera esperar a acicalarse antes de salir al mundo.

Así que es posible que retome este material en un futuro, lo extienda y lo convierta en algo más. Eso depende, en alguna medida, de tí. Sin embargo, ya puedes ver a Alonso entregado a una nueva aventura en Viajeros del tiempo.

La música es siempre una parte esencial de la experiencia narrativa porque le otorga el ritmo y el tono a la historia. Aquí te propongo ‘Canvas’, una pieza perteneciente al tercer álbum de estudio de la inglesa Imogen Heap, Ellipse.

Escúchala mientras te sumerges en un mundo ocre y lleno de olores. El mundo del Siglo XVI.